Salud mental: entre el discurso institucional y la realidad dominicana
- Agustín Román

- 17 oct
- 6 Min. de lectura
En los últimos años, el interés por la salud mental ha crecido lo suficiente como para convertirse en un tema central en la conversación pública. Según datos de Google Trends (2025), las búsquedas relacionadas con “salud mental” en República Dominicana se han multiplicado casi por cuatro en la última década. Este incremento refleja una mayor conciencia social y una disposición creciente a hablar del tema, pero también genera dudas y confusión sobre lo que realmente entendemos por “estar bien mentalmente” y un creciente miedo a “no estar bien”. Aunque el discurso sobre salud mental ha ganado visibilidad, ello no garantiza que hayamos aprendido a comprenderla con profundidad ni a abordarla con solidez. La popularidad del tema desentona con la precariedad de los servicios, la desarticulación institucional y la confusión conceptual que aún domina el campo de la psicología.
Interés a lo largo del tiempo

Los números reflejan el interés de búsqueda en relación con el valor máximo de un gráfico en una región y un periodo determinados. Un valor de 100 indica la popularidad máxima de un término, mientras que 50 y 0 indican que un término es la mitad de popular en relación con el valor máximo o que no había suficientes datos del término, respectivamente.
¿Qué entendemos por salud mental?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como “un estado de bienestar en el que el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad” (OMS, 2022). A primera vista, la definición parece razonable; sin embargo, varios autores la consideran ambigua y excesivamente centrada en la responsabilidad individual.

Si el bienestar depende exclusivamente de la capacidad personal para adaptarse y ser productivo, se corre el riesgo de invisibilizar las condiciones estructurales que generan sufrimiento. La salud mental, entonces, se convierte en una meta moral más que en un derecho social: una expectativa de autocontrol, resiliencia y rendimiento.
En República Dominicana, esta visión individualista se refleja en la forma en que el sistema público aborda el tema. La atención en salud mental se centra casi por completo en psicólogos y psiquiatras, mientras los factores sociales —como la violencia, la pobreza o la exclusión— suelen ser tratados como contextos secundarios. Sin embargo, en muchos casos, son precisamente esas condiciones las que originan o perpetúan el malestar emocional. Ignorar el contexto socioeconómico dominicano al reflexionar sobre la salud mental implica una omisión que puede ser tanto ingenua como injusta. Por ello, es pertinente plantear dos críticas fundamentales al modo en que se concibe y aborda la salud mental, reconociendo que la República Dominicana no escapa a estos desafíos:
1) Al añadir la palabra mental como una categoría distinta de salud, se asume que lo mental se enferma o causa la enfermedad. Aunque el debate con relación a esto es amplio, no podemos asegurar que exista una entidad definida como mente que sea causante del malestar emocional. Más bien, los pensamientos, conductas, alteraciones de conciencia y emociones que están asociados a las enfermedades mentales parecen ser formas de adaptación a un ambiente desfavorable.
2) En consecuencia, se suele llegar a explicaciones biológicas o centradas en el individuo ante problemas de conducta que son valorados socialmente, excluyendo de sus análisis, en la mayoría de los casos, las condiciones ambientales y culturales a las que las personas están expuestas (Ramos-García et al., 2023).
Un tema sin modelo de abordaje definido

El concepto de salud mental no es universal ni estático; cambia según el modelo teórico y cultural dominante. En el contexto dominicano, no existe una tradición académica sólida que regule las diversas prácticas de atención psicológica. Así, la persona que busca ayuda puede acudir indistintamente a un psicólogo, un psiquiatra, un sacerdote, un pastor, un curandero o un líder comunitario. Esta diversidad refleja tanto la riqueza cultural del país como la falta de una estructura institucional coherente (Mejía-Ricart, 2007).
Agravando esta situación, los propios profesionales que tienen como deber educar a la población sobre estas cuestiones no han podido llegar a acuerdos comunes. Las casas de estudio carecen de filtraciones adecuadas sobre contenidos actualizados y con mayor evidencia. Como consecuencia, contamos con muchos profesionales confundidos, sin la preparación ni los conocimientos suficientes para orientar a la población, la cual solo busca soluciones ante un mal que parece estar saliéndose de control.
El Sistema Nacional de Salud Mental, orientado a “promover, proteger, recuperar y rehabilitar la salud colectiva”, enfrenta limitaciones severas: escasez de recursos, déficit de personal especializado, falta de políticas preventivas y una centralización excesiva en los grandes hospitales. Más allá de los esfuerzos institucionales, los determinantes sociales —el hambre, la inseguridad, la precariedad laboral, la corrupción o la falta de vivienda digna— siguen minando la estabilidad emocional de la población. En este contexto, la salud mental no puede reducirse a un problema psicológico; es, ante todo, un problema social.
¿Estamos patologizando el sufrimiento humano?
Uno de los efectos más visibles del auge del discurso sobre salud mental es la tendencia a medicalizar el malestar. Cada vez más personas interpretan emociones naturales —como la tristeza, la ansiedad o el duelo— como señales de una enfermedad. La cultura terapéutica contemporánea, alimentada por redes sociales y medios de comunicación, ha transformado el sufrimiento humano en un objeto de diagnóstico. En la práctica clínica, una persona que acude por tristeza o cansancio puede salir con un diagnóstico formal de depresión, cuando quizás está reaccionando de manera comprensible a un entorno adverso. Este fenómeno, que Sánchez (2021) denomina “patologización del sufrimiento humano”, convierte la experiencia vital en una categoría médica, desplazando el foco desde el contexto hacia el individuo.
Como advierte Domínguez Hernández (2007), definir la enfermedad mental como una simple “anormalidad de la conducta” constituye una exageración conceptual. Lo que se pone en juego no es siempre la salud mental, sino la capacidad de funcionar en un contexto determinado. Y si ese contexto es desigual o violento, ¿es justo exigirle al individuo que se adapte? En lugar de preguntarnos por qué el sujeto no se ajusta a su realidad, tal vez deberíamos cuestionar la naturaleza de esa realidad.
Además, la estigmatización que surge en relación con el diagnóstico sirve de excusa para privar a un individuo de derechos fundamentales, como el trabajo o la educación, lo que conlleva a una exclusión social que intensifican el malestar del individuo. Es preciso que este juicio valorativo sobre el comportamiento se diferencie de los juicios científicos; de esta forma, puede reconocerse que las narrativas patogénicas del comportamiento son producidas y mantenidas por problemáticas sociales (Castro, 2024).
Salud mental como fenómeno bio-psico-social y político
La salud mental debe entenderse como un fenómeno dinámico, influido por múltiples dimensiones: desde lo biológico y psicológico, hasta lo social y político. Más que una simple capacidad para “sobrellevar las dificultades cotidianas”, implica contar con condiciones materiales y simbólicas que permitan construir bienestar. En este sentido, Hiriart Gonzalo (2018) recuerda que “no se puede hablar de salud del individuo sin mirar el entorno”, lo que plantea una cuestión ética: ¿es moralmente correcto ayudar al paciente a adaptarse a una realidad injusta?
La salud mental, más que un estado interno, puede entenderse como un indicador de justicia social. Su deterioro colectivo no solo refleja vulnerabilidad psicológica, sino también desigualdad estructural. Por eso, más que un asunto clínico, debería ser un tema de convivencia, equidad y ciudadanía. La salud mental es, en última instancia, la capacidad de vivir con dignidad, de construir lazos significativos y de participar plenamente en la vida social.
Los dominicanos necesitan una nueva comprensión del bienestar mental
La salud mental, lejos de ser una categoría cerrada o un ideal de bienestar permanente, es un campo en disputa. Las definiciones institucionales, aunque útiles como marco operativo, no capturan la complejidad del fenómeno en contextos como el dominicano. Hablar de crisis en salud mental puede ser válido, pero hacerlo sin análisis crítico contribuye al alarmismo y a la confusión colectiva.
Cuestionar las concepciones populares y los abordajes que se brinda a la población que pide servicios especializados en el tema, es un acto de valentía y responsabilidad social. Es moralmente necesario que los profesionales recurran únicamente a explicaciones y métodos que sean eficaces para dar asistencia a quienes confían ciegamente en su ellos.
Más que reducirla a diagnósticos o campañas motivacionales, debemos comprender la salud mental como una construcción social e histórica, influida por las condiciones materiales y los valores culturales. En lugar de preguntarnos cuántas personas están “enfermas”, convendría preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo, y si realmente ofrece las condiciones necesarias para que sus miembros vivan con sentido, dignidad y esperanza.
¿Cómo citar?
Román Romero, A., & Heredia Brea, R. (2025). Salud mental: entre el discurso institucional y la realidad dominicana (Recurso en línea). Figshare. https://doi.org/10.6084/m9.figshare.30370534 Bibliografías
Castro, L. R. B. (2024). El mito de la salud mental: Una aproximación a la naturaleza pseudocientífica del concepto. Acta Comportamentalia: Revista Latina de Análisis de Comportamiento, 32(3), 477–494.
Domínguez Hernández, R. (2007). Salud mental: Críticas y aportes para su práctica profesional. Universidad Nacional Autónoma de México.
Google Trends. (2025). Salud mental [Google Trends]. https://trends.google.com/trends/explore?date=2015-09-09%202025-10-09&geo=DO&q=Salud%20mental&hl=es
Hiriart Gonzalo, A. (2018). ¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental? Revista 23(83). https://doi.org/10.5281/ZENODO.1438570
Mejía-Ricart, T. (2007). Psicología social y sus aplicaciones: Conducta desviada y problemas sociales (4.ª ed.). Búho.
Ramos-García, J., Gutiérrez-Yáñez, M., Escamilla-Gutiérrez, M. L., & Ortega-Andrade, N. A. (2023). Mente y salud mental en psicología: Un análisis conceptual desde la perspectiva conductual. Educación y Salud: Boletín Científico del Instituto de Ciencias de la Salud, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 11(22), 105–111. https://doi.org/10.29057/icsa.v11i22.10097
Sánchez, R. M. (2021). Críticas a la conceptualización de la enfermedad mental. Mente y Ciencia. https://www.menteyciencia.com/criticas-a-la-conceptualizacion-de-la-enfermedad-mental/
Autores:

Agustín Román Romero-Psicólogo Clínico

Rossanna Heredia Brea-Psicóloga Clínica









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